Él
trabaja durante todo el viaje.
Su
ser pegado a una pantalla indescifrable,
su
mano a un ratón agonizante por tanto click.
Ella
se sienta a su lado.
Relajada
mira por la ventana, contempla el paisaje .
Lujos
que él no se permite desde hace más de media vida.
Tiene
50 años y desde los 25 curra a destajo.
Sin
vacaciones ni días libres.
Las
relaciones sociales, amorosas o familiares,
son
placeres que él no se quiere permitir.
Viaja
sin cesar.
Imposible
equilibrar.
Le
miro y parece feliz.
Está
programado.
Un
humano robot tecleando datos.
“¿Auriculares?”
pregunta la azafata.
“Sí”,
responde él.
Me
mira sonriente y me explica,
“son
para mis sobrinos”.
No
tendrás tiempo, le pregunto, para gastar todo lo que ganas.
“Así
es, eso es para mis sobrinos también.
En
unos días se van a Eurodisney”
Ojiplática
voy más allá,
“¿de
salud qué tal?”
“Bien,
muy bien. Tengo espondilitis anquilosante.
Cada
6 semanas me dan un chute para engañar a la enfermedad y a volar”.
Él
continúa con sus clicks.
Ella
contemplando el paisaje.
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