A los 16 años además de estudiar mil asuntos,
empecé a dar clases particulares
para tener mi propia independencia económica.
Desde entonces, de una u otra manera,
ganaba lo suficiente para todo lo que necesitaba
incluso más.
Me formé a tope y comencé a trabajar
en la cueva de Ali Babá allá por el 1999.
Gané mucha pasta entonces,
aunque nunca he sido muy de ahorrar.
Si lo tengo,
lo gasto y lo comparto.
Así soy con el vil metal.
En el 2006 mi salud se fue definitivamente al traste
y empecé con las bajas hasta la incapacidad.
Me concedieron la total.
Tenía hipoteca y muchos gastos
en salud y bienestar.
Imposible afrontar tanto con tan poco.
Estaba desesperada,
tantos años autónoma y
de repente no sabía cómo reaccionar.
Mi salud no me permitía trabajar,
aunque la inseguridad social sí.
No tenía fuerzas,
ni concentración,
ni paz.
Busqué como loca,
qué hacer para poder seguir adelante con dignidad.
Lo único que vi factible entonces
era atender una línea erótica.
Tú te organizabas a tu manera.
Desde casa y sin horarios fijos.
Hora trabajada, hora cobrada.
Siempre me habían dicho que tenía una voz muy sensual
y la verdad es que los asuntos de sexo
no suponían un tabú ni un inconveniente para mí.
El negocio era una explotación,
porque si trabajaba por 1 euro el minuto,
yo cobraba 40 céntimos
y el dueño de la línea 60.
Me dijeron que tenía que utilizar la cámara web
para “atraer a los clientes”.
Esa parte ya no me cuadraba.
Estaba en esas cuando por fin
salió la sentencia de mi juicio,
con la incapacidad absoluta y mi dignidad.
Menos mal que no llegué a trabajar en eso.
Una cosa es el sexo deseado y consentido,
y otra satisfacer deseos ajenos por teléfono.
Todo esto lo cuento porque hoy en día
hay miles de compañeros en mi situación anterior o peor.
Esta sociedad está tan enferma,
que cuando dejas de producir
en lugar de cuidarte,
te patea.
Sé que con mis palabras
no puedo cambiar nada.
Si acaso hacerte reflexionar.
Y así, poco a poco, entre todos,
ir construyendo un mundo
que sonría
un poco más.
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