Érase una vez una tierra invadida por seres
que vinieron a robarle la alegría a los humanos.
De alguna manera extraña consiguieron
que desconectaran de todo aquello que les ponía contentos.
Poco a poco, iban dejando de abrazar, de bailar y cantar.
Se dice que algunos, hasta llegaron a dejar de amar.
Las comisuras de los labios, iban cayendo hacia abajo,
aunque nadie las podía ver,
porque los humanos tapaban sus antiguas sonrisas con telas de colores,
a ver si así se alegraban.
Los seres se llevaron la alegría de los humanos,
afortunadamente,
no la del resto de habitantes de la tierra.
Animales, plantas, mares y montes,
seguían siendo quienes eran antes de la barbarie.
Los humanos, cuando por fin empezaron a darse cuenta,
fueron uno a uno conectando con la esencia.
Se dieron cuenta de que los seres causantes no tenían alma,
ni la capacidad para robarles lo más preciado.
Volvieron a acariciar a los animales,
a abrazar árboles,
a subir montañas,
a dejarse embaucar por el mar.
Y así fue como volvieron a alegrarse,
y
sobretodo,
comenzaron
a
amar
de verdad.
Colorín colorado,
este cuento aún no ha acabado.
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