de
lo que son capaces de hacer con sus virus y el poder.
Me
inocularon el de la polio con su vacuna.
Mi
cuerpo se paralizó.
Desde
entonces, comencé a conocer la reclusión y el dolor.
Muchas
horas de hospital, operaciones y cama.
Desde
bebé.
Más
adelante, ya con 33, el virus se volvió a reactivar.
Más
reclusión, más dolor.
La
vida me cambió, tuve que adaptarme a una nueva situación
en
la que el día se reduce a las fuerzas que el virus me deja.
En
estos últimos años, han sido muchos los días
que
he pasado sola y enferma, encerrada en casa.
Sin
ver a más humanos, sin abrazar.
Aprendí
a estar confinada sin enloquecer por las circunstancias.
El
entrenamiento me sirve ahora,
que vuelven a atacar con su ambición
sin límites
en
forma de virus que aterroriza.
No
le temo al virus que al fin y al cabo es un resfriado más
de
los que a tanta gente mata desde que la vida, vida es.
No
le temo a la muerte, ni propia ni ajena.
Todo
eso me lo tuve que trabajar hace tanto ya.
Hasta
ahora aún sabiendo que no era libre, sentía libertad.
Cuando
reunía fuerzas podía acercarme a un parque, a la montaña o al mar.
El
contacto con la naturaleza es lo que me salva.
Por
primera vez en mi vida, siento la vulnerabilidad de la falta de
libertad.
Jamás
creí que viviría algo así.
Cada
día despierto pensando que es una pesadilla, y que ya está.
Pero
no, no está.
Esta
vez han conseguido encerrar al mundo en casa.
Esta
vez sus virus nos enfrentan con el miedo a morir,
y
los humanos no saben gestionar esa realidad:
que
para morir, solo hay que estar viva.
Y
todo el mundo tiembla, y se encierra.
Y
si no lo haces, la policía se encargará.
Y
si la policía no está, otros humanos te juzgarán.
Y
todo se vuelve muy loco.
Y
yo aún sigo digiriendo tanta irrealidad.
Continuará…..
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