La procesión va por dentro

La procesión va por dentro.

La cara es el espejo del alma

y también del cuerpo.

Aunque hay que estar

muy atento.


Aparentemente pocos pueden saber

lo jodidos que estamos.

Nuestra sonrisa

suele ser perenne.

Nuestra actitud

de superación constante.


Los dolores y el cansancio apenas se ven.

Juan Carlos ha aprendido a detectarlo.

Según me cuenta, mi cara se arruga

como si tuviera más de 100 años

cuando sufro.

En un rato, puedo pasar de los 51

a los 45

y a los 1000.

Depende de tantos factores

que ya ni los cuento.


Mi actitud también cambia.

Es imposible ser igual de amorosa

cuando todo el cuerpo grita

o el cansancio te derrumba.

Lo intento, pero también

me permito

no serlo.


Este no es un canto quejoso.

Es más bien para que se sepa.

Para quienes nos rodean.

Para que nos entiendan.

Porque no es fácil de explicar.

Y muchas veces a una misma

le creen menos que al resto.


Estoy convencida

de que muchos seres humanos

sufren con algo parecido.

No sólo las personas afectadas

por la polio

o el síndrome post polio.

Siento mucho sufrimiento invisible.


Tratarnos con más amor alivia.

Cuidarnos.

Mimarnos.

Sentirnos.

Que al final,

somos lo mismo.

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