Libertad, divino tesoro.


 









Libertad

divino tesoro.

Nacemos libres,

llorando,

gritando,

pataleando.

Traemos el alma dispuesta a volar.

Poco a poco nos van condicionando.

Nos indican cuándo comer,

cuándo dormir,

dónde cagar.

Supongo que nos vamos cortocircuitando.

Crecemos en cárceles que llaman colegios,

nos educan “por nuestro bien”.

No entendemos, pero seguimos,

aún nos queda niñez.

Llega la adolescencia

y con ella la explosión que produce la dualidad

entre lo que es,

y lo que debería ser.

Los sufrimientos en esa época de granos y pelos incipientes,

son incalculables.

Sigues en cárceles,

sigues sin entender.

De repente un día,

no sabes cómo ni porqué,

te encuentras con una vida

que no te pertenece.

Sucesión de pasos tomados por inercia,

por tu bien”.

La insatisfacción del alma,

aflora en cada poro de tu piel.

Sigues sin entender.

Como no nos enseñaron a escuchar el alma,

ella se manifiesta a través de los gritos del cuerpo.

El cuerpo grita,

y nosotros lo callamos con pastillas.

No queremos escuchar.

No sabemos hacerlo.

No interesa que lo hagamos.

Así somos más vulnerables,

más dóciles,

menos humanos.

Con suerte llega un día en el que todo explota.

El alma no puede más,

y te manda la señal definitiva.

O espabilas, o te vas.

Si eres capaz de tomar las riendas,

te das cuenta de lo que cuesta.

Saber escuchar lo que el alma necesita,

respetarlo y llevarlo a cabo.

No nos enseñaron.

Lo tenemos que aprender de adultos,

y a trompicones.

En un mundo en el que todo está

preparado para lo contrario.

Para desoír nuestras almas,

y obedecer sin cuestionar.

Sin embargo merece la alegría intentarlo.

Vivir la vida que quieres de verdad.

No la que aprendiste a vivir,

sino la que deseas muy dentro de ti.

Ser quién quieres ser.

Estar atentos a nuestra alma,

cultivarla.

Arrancarnos de cuajo todos los prejuicios

y aprender a desobedecer.

Amar sobre todas las cosas.

Y volar en libertad. 

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