Ahora que estoy vendiendo mi piso,
hago recopilación del tiempo aquí vivido.
Han sido más de 20 años de luces y sombras,
a los cuales me siento muy agradecida.
Algo que me está gustando
es el reconocimiento personal
de mis logros en materia de accesibilidad.
Fueron años arduos de lucha
y aunque aún queda mucho por hacer,
me siento orgullosa de todo lo que he conseguido
con mucho esfuerzo y a pesar de
enfrentamientos con vecinos y administración.
La piscina comunitaria,
ahora dispone de una silla hidráulica
para acceder de forma autónoma.
Es decir, es accesible.
En su momento hubo quien me reprochaba
el coste de la silla,
de “mi silla”.
Siempre respondía que no era mía,
sino de cualquiera que necesitara utilizarla.
Hay quienes creen
que el “carné de cojo”
está dado ya.
Hace unos días vi a otra chica
que disfrutó de ella.
Me emocioné al verla.
Para entrar en mi portal,
la puerta pesada e imposible,
conseguí que la cambiaran
por una motorizada,
con mando a distancia.
También fue un asunto de sangre, sudor y lágrimas.
Pero estoy segura de que cuando yo me vaya
habrá quien se beneficie también de ella.
Nunca sabemos en qué lado vamos a estar.
Que las cosas estén hechas
para todas las personas,
nunca está de más.
El barrio tiene en casi todos los pasos de peatones
rampas.
Otra lucha más ardua.
Esta institucional, no os digo ná.
Pero se puede más o menos transitar
sin jugarse la vida demasiado,
ni romperse la crisma.
Así que me siento satisfecha.
Dejo mi granito de arena.
Accesibilidad y algún que otro árbol en el jardín.
Muchas sonrisas.
Más alegría.
Esta está siendo una bonita despedida.
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