Escuchar o hablar

Tengo el corazón dividido

entre la poesía y la reflexión.

Escribo tan poco últimamente

que cuando por fin me siento

delante del teclado hambriento,

me cuesta decidir qué sacar para fuera.

Y como ya he empezado contando,

voy a seguir tirando de este hilo.

En mi vida he escuchado infinitamente más

de lo que yo he hablado.

Hay tanta necesidad de escucha,

que nunca me había fijado

en que yo también la tengo.

Sin embargo, cuando estoy compartiendo,

en el noventa por ciento de los casos,

escucho y callo.

Los demás se desahogan,

sueltan su equipaje

y se van tan campantes.

Esto me ha servido para aprender muchísimo de la gente,

mi hobby más duradero en el tiempo.

He conocido tantas historias ajenas

que me han permitido abrir mi mente

y liberar mis prejuicios.

Ha sido un gran regalo.

Sin embargo, he llegado a un punto vital

en el que esto me puede llegar a saturar.

Ahora también necesito ser escuchada.

Me apetece que me pregunten de corazón

“¿y tú cómo estás?”,

igual que lo pregunto yo.

Y que escuchen pacientes mi respuesta,

sin estar pensando en lo próximo que quieren soltar.

Quiero importar.

Así que estoy cada vez un poco menos “social”.

Porque entiendo que los demás están como están.

Necesitan lo que necesitan.

Necesitan soltar.

Y yo les respeto, pero ahora me alejo.

Selecciono a quien me mira a los ojos,

queriendo saber.

Evito los monólogos agotadores

fruto de la más profunda ansiedad.

Será que me he saturado.

Ha sido toda la vida igual.

Ha llegado mi momento de decir basta.

Y sin sentir culpabilidad.

Cada vez valoro más mi tiempo,

mi silencio,

mi escucha

y mis palabras de consuelo.

Igual es una etapa.

Igual es un cambio radical.

El caso es que así me siento.

Y como me cuesta hablar de mi,

por eso tengo a mis benditas letras

que me ayudan a contar lo que llevo dentro.

He sido muy afortunada al recibir el don

de la comunicación escrita.

Es lo que siempre me salvó la vida.

Me sorprendo al darme cuenta

de que me la sigue salvando.